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sábado, 25 de mayo de 2013

Poética


Los poemas son fotografías. Tomamos una foto para recordar un momento, a una persona, un lugar; o dicho de otra forma, una persona en un momento dado y en un lugar determinado. Queremos fijar la imagen y poder volver a ella una y otra vez, si acaso mostrarla a quien no estaba allí y de esa forma llevar el instante capturado con nosotros para conservarlo y compartirlo.
Cuando se escribe algo que pudiera parecerse a un poema intentamos captar un sentimiento, una vivencia normalmente intensa y con frecuencia pasajera que nos agita en un momento dado. Muchas veces la experiencia dura tan solo un segundo, en otras ocasiones puede prolongarse durante años. En algunos casos es tan evidente para quien la vive como una quemadura, un beso o una caricia; en otros supuestos cuesta llegar a ella porque está enterrada en algún lugar de nuestro interior y nuestro consciente solamente percibe una agitación que no llega a identificar. Hemos de hacer introspección, hurgar hasta rescatar ese sentimiento que nos ha conmovido y que queremos guardar. El poema es la forma de conservarlo.
La asociación de palabras, imágenes, ritmos, rimas y cualquier otro recurso que se nos ocurre busca (consciente o inconscientemente) fijar en un soporte externo esa vivencia inefable que pensamos que podríamos perder si no se pone por escrito. En este sentido es en el que creo que poesía y fotografía se parecen.
Esta semejanza básica extiende sus brazos a otros muchos aspectos. Si uno se fija en lo que uno escribe y en lo que puede leer -y hay que considerar no solamente a los autores consagrados, sino también a los miles de aficionados que pululan por la red- nos damos cuenta de que cualquier tema puede ser bueno para la poesía al igual que lo es para la fotografía; pero como sucede con esta última es fácil que también en la poesía una gran parte de lo que se produce carezca del valor universal que lo hace interesante para alguien más que para quien lo escribe o sus allegados más cercanos. ¿Cuántas fotos vemos en que se nos muestra a hijos, cónyuges o amigos? Yo mismo cuelgo muchas imágenes de ese estilo que seguramente no interesan más que a mi familia o a alguno de mis amigos; pero que, evidentemente, nada dicen a la inmensa mayoría de quienes navegan por internet. Existen otras fotografías, en cambio, que por su objeto, por el encuadre, por los colores, por otra razón o por una combinación de varias llaman la atención a muchos que no tienen relación directa ni con el tema ni con el autor. Estas fotografías aportan algo que tiene valor general y son, habitualmente, las que acaban circulando de una punta a la otra del Planeta y en las que acabamos poniendo miles de "me gusta".
Igualmente en poesía es fácil comprobar cómo muchas de las obras que se leen son tan evidentes como lo es una foto de familia tomada en cualquier lugar tópico y carecen, por tanto, de ese valor universal que hace que conmuevan a personas que nada tienen que ver ni con lo fotografiado ni con quien lo fotografía. Ahora bien, que carezcan de esta dimensión no convierte a tales poesías en prescindibles. Una foto, cualquier foto, es valiosa por esa captura del momento que siempre tendrá interés al menos para quien la hace. De igual forma cada poesía captará ese sentimiento particular que la motiva y que, al menos para quien la escribe, merece ser conservado. Me entristece que algunos renuncien a escribir porque piensan (y en ocasiones con razón) que lo que escriben no es lo suficientemente bueno. No se escribe para escribir algo "bueno". Se escribe para transmitir un sentimiento y, al igual que en una fotografía, el resultado será más o menos perfecto; pero siempre servirá al autor para revivir aquello que de otra forma hubiera pasado.
No todas las fotografía que hacemos son de premio (seguramente ninguna); pero todas nos son queridas por una u otra razón. Para cada uno de nosotros dicen algo y por eso nos agrada compartirlas. Más allá del valor técnico o artístico tanto los poemas como las fotografías son, en cierta forma, nosotros mismos; pequeñas huellas que nos ayudan a multiplicar la vida.


viernes, 24 de mayo de 2013

Canícula

Bares de barrio en noches de verano;
pocos clientes, luces encendidas.
Mujeres a la puerta, pies desnudos,
agitando la falda hacen viento;
aire encendido, ¡ay! en la canícula.
En el muslo la mano, pies en alto;
conversaciones lánguidas, los ojos
entrecerrados.
Soplo inmóvil, la noche de verano;
brillo en la piel, deseo velado.
Bailan y se juntan pechos y labios.
Faldas levantadas en lo blanco.
Rosas bañadas por las farolas,
música en la calle, tan cercana.
Negro joven que no aguarda mañana
quiebra las espaldas de los esclavos
que cada noche vuelven
a este jardín delicioso, encantado
donde olvidan que son
carne de matadero
alimento de picadora, cuerda;
la cadena y el fardo y el trabajo
y los muslos que se hinchan
en noches de veranos lejanos,
y oyen la falda que se levanta
con gemido en lo blanco
y saben que son
de la creación los excrementos,
regalos por él olvidados,
como flores bajo el sol, puestas en guardarraíles.


martes, 7 de mayo de 2013

Darse

Darse
como se da la manga de un jersey.
La vuelta,
darse la vuelta,
expuesto el interior a viento y lluvia.
No tiene bordes
la flor abierta.
Flor blanca y amarilla
contra el verde; el azul de las montañas
que en un día lejano, abandoné.
Son quienes me rodean almenares,
luces frente a lo negro.
Cae uno, se apaga.
Muere ante el soplo del viento en la noche.

Viene de lejos ese aire frío.
El viento negro,
los sueños de los niños.
Más allá hay otro mundo, recordado.
Las montañas que un día abandoné.
No tiene borde el Ser,
se confunde
con Él,
no ser.